Constitución: Introducción
“Para que no haya desavenencia en el cuerpo, sino que los miembros todos se preocupen
los unos por los otros”.
1 Corintios 12:25
I. Desde sus inicios, la Iglesia Primitiva enfrentó la necesidad de tener normas
claras que guiaran a sus pastores en el cuidado de las iglesias.
Las diferencias de idioma, leyes y cultura entre cada nación y el surgimiento
de movimientos apostatas con falsas doctrinas, hicieron más apremiante
el tener estatutos específicos. Así surgieron en el segundo siglo
de la era cristiana, las “Reglas de Fe” y varias “Cartas Pastorales”,
documentos escritos para orientar a los pastores en asuntos de
doctrina, disciplina, sacramentos, organización y culto en las
iglesias.
II. Dieciocho siglos después, el Espíritu Santo guió el corazón de nuestro patriarca,
finado Obispo Presidente Antonio C. Nava,
quien insistió desde el principio con indeleble firmeza en la necesidad de tener
el más adecuado sistema de organización, y con ello, sus respectivos
estatutos, para que la iglesia cumpliera su tarea. Por eso, en
1930, nuestra Asamblea Apostólica fue registrada bajo las leyes
del estado de California, con sus iniciales artículos de incorporación.
Lo demás, es historia.
III. Los apostólicos siempre hemos creído:
A. Que la Palabra de Dios es nuestra regla de fe y máxima y final autoridad (Mateo
24:35).
B. Que nuestra Constitución brota de la Palabra de Dios y que toda nueva propuesta
o enmienda debe forjarse bajo la luz de las Sagradas Escrituras (Efesios 2:20).
C. Que fiel a la guianza dinámica del Espíritu Santo, nuestra Constitución
debe responder las necesidades y retos de las congregaciones apostólicas
en los Estados
Unidos de América y en el campo misionero, de cara al siglo XXI (Juan 16:13).
D. Que nuestros estatutos son la práctica escrita, es decir, practicamos
lo que creemos, creemos lo que practicamos.
E. Y que solo Dios es perfecto. La Iglesia y la Constitución son perfectibles,
pueden y deben mejorar siempre. De ahí que nuestras normas constitucionales
no son un producto acabado o intocable sino instrumentos dinámicos, propios
de la
Iglesia, que como cuerpo de Cristo, mas que una organización, es un organismo
vivo (Filipenses 3:13-14).
IV. Algunas de las principales metas de nuestra Constitución son:
A. LA SALUD DE LA IGLESIA.
Mediante la obediencia de sus normas de inspiración bíblica, crear un ambiente
organizacional saludable, donde el respeto, el amor y auxilio mutuo estimulan
el crecimiento espiritual, numérico y económico de las congregaciones apostólicas
(Efesios 4:16). No un venenoso y asfixiante burocratismo sino el orden de Dios
que protege y nutre la salud espiritual de las iglesias locales.
B. LA UNIDAD DE LA IGLESIA.
Proteger la unidad de la Iglesia, de los constantes ataques
del enemigo, que así intenta debilitarla, distraerla o desacreditarla
(Juan 17:23).
C. LA FIDELIDAD DE LA IGLESIA.
Mantener la vida y el pensamiento de la Asamblea Apostólica
centrados en Cristo. Que nuestra adoración, evangelización,
educación cristiana y servicio social
sean Cristo céntricos (1a Corintios 3:11).
D. LA LEGALIDAD DE LA IGLESIA.
Proporcionar el marco legal para que las iglesias desarrollen
sus ministerios en cumplimiento con las leyes federales,
estatales, condales y locales de
los Estados Unidos de América. Y en respeto a las leyes de cada país
donde hay
obra misionera.
V. Creemos que las iglesias en el campo misionero forman junto con las congregaciones
en los Estados Unidos de América, la Iglesia del Señor.
Y por lo tanto, que esta Constitución es norma y modelo también para nuestros
hermanos en el extranjero.
VI. ES RECOMENDABLE:
A. Que un ejemplar de la Constitución esté siempre en el portafolio de cada
miembro de la Mesa Directiva General, de los obispos supervisores,
miembros de las
mesas directivas de distrito y en el escritorio de todos los pastores, evangelistas,
asistentes de pastor, co-pastores y ministros.
B. Que por lo menos una vez al año, todos los ministros den una lectura de repaso
a todo el texto constitucional.
C. Que se requiera a todos los candidatos para ser iniciados al ministerio
y candidatos a la ordenación, haber leído por completo la Constitución vigente.
El
valor y la fuerza de nuestra constitución esta en que cada
uno de nosotros la cumpla y la haga cumplir. Rogamos al Señor
que él ilumine cada corazón apostólico para poder revalorar nuestros
estatutos, bendita herencia.
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